Cuando visitamos museos u otros espacios de ese tipo, es común pensar que esas muestras son el resultado del trabajo especializado de expertos y estudiosos. Ciertamente, hay una gran labor técnica detrás de las exhibiciones y servicios al público, pero ¿es la única forma como se puede desarrollar un espacio de interpretación? Si el patrimonio cultural y la memoria histórica nos pertenece y nos vincula a los habitantes de un territorio ¿debe su gestión estar a cargo solo de ciertas personas?
Participación y derechos culturales
La participación: un derecho
La vida en comunidad o la pertenencia a un colectivo de diversa índole lleva a pensar y actuar de manera grupal con base en las necesidades y anhelos como parte de esa identidad común. Dicha identidad se sustenta también en una historia colectiva en la cual los actuales habitantes encontramos nuestras raíces culturales con las que nos identificamos y buscamos conocer y conservar. La memoria colectiva también se convierte en una parte importante de las acciones que nos motivan para realizar nuestros proyectos de desarrollo comunitario.
Participar en las acciones para la conservación y puesta en valor de esa memoria y su patrimonio cultural son a su vez un derecho humano que debe ejercerse. En ese sentido, nuestro país mediante la Política Nacional de Derechos Culturales, busca garantizar dichos derechos mediante la participación de los ciudadanos en las acciones para la conservación, valoración de la memoria y del patrimonio cultural.
La Política Nacional de Derechos Culturales reconoce como derecho humano “el respeto de la diversidad cultural, el conocimiento tradicional y ancestral, la memoria histórica y el desarrollo de las identidades culturales locales y regional es para construir un proyecto colectivo de convivencia, de entendimiento mutuo y de paz”. (MCJ, 2014)
Así mismo, el ejercicio de la acción cultural desde la diversidad plantea el concepto de democracia cultural en donde cada cual vive y realiza la cultura mediante la actividad personal, la creatividad y sobre todo la participación. Es decir, al realizar actividades culturales desde la organización comunitaria y la asociatividad, somos sujetos participantes, actores y productores de nuestra vida cultural y no meramente espectadores de una difusión cultural hecha desde las instituciones (Sarrate y González, ).
Desde la comunidad se puede asumir labores que antes eran exclusivas del Estado o de los investigadores, con el aliciente que este tipo de gestión es producida desde las formas propias de organización comunitaria y, sobre todo, mediante la participación.
Pero ¿cuándo y cómo podemos decir que estamos participando? Para Ventosa (2016), la participación puede manifestarse en distintos niveles y no todos aseguran el involucramiento y completa intervención de la comunidad y de los colectivos en procesos de toma de decisiones y ejecución de las acciones que encaminen los proyectos de interés comunitario. La participación efectiva y ejecutiva se da cuando asumimos la ejecución y el seguimiento de proyectos, planes y actividades.
En la gestión museística o del patrimonio cultural realizada de forma participativa, las personas son responsables de la definición, análisis, toma de decisiones y ejecución de acciones como la investigación acerca de la memoria histórica comunal y el patrimonio cultural que la representa. La participación se vuelve entonces un aprender haciendo y un ejercicio constante de autodeterminación.
¿Cómo podemos participar desde la gestión museística?
Entonces, surge la pregunta ¿cómo podemos participar en una gestión de nuestras memorias históricas y patrimonio cultural en particular?
Esta tarea, puede surgir del quehacer propio de las formas de organización de las que somos parte y desde donde se acostumbran realizar los proyectos; por ejemplo, la comunidad o los colectivos. Probablemente, estas organizaciones tienen experiencia en gestionar festividades, ferias, salones comunales, acueductos, caminos u otras obras y acciones comunales. Dicha experiencia aporta aprendizajes como el trabajo en comités, el manejo de presupuestos y el desarrollo de planes de trabajo.
Desde este trabajo grupal y colaborativo es posible apropiarse desde la misma práctica y aplicación de las herramientas museológicas como la investigación, la museografía y la educación. De parte de las instituciones culturales del Estado y la Academia significa asumir una visión pedagógica, para acompañar y hacer capacitación.
La experiencia educativa para la gestión museística participativa busca convertirnos en creadores de nuestros propios proyectos: al pensarlos, comunicarlos y ayudar a transformar nuestra realidad inmediata, en lo que el pedagogo Pablo Freire (2014) llamó una “conciencia intencionada al mundo”, o sea, entender y actuar sobre nuestra propia realidad desde nuestros intereses y anhelos.
Así mismo, los significados, usos y formas de gestión de la memoria histórica y el patrimonio cultural no serán entendidos desde una sola óptica, disciplina, ideología o uso social. Los saberes comunitarios y académicos conviven en una diversidad que no debería ser fragmentada (Chacón, 2014)
Otra forma de ver el quehacer museístico
Evolución de las necesidades de gestión museísticas
Muchos de los museos nacionales con más trayectoria en Latinoamérica surgen en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Fue un momento donde los Estados nacionales buscaron preservar colecciones y monumentos a modo de tesoros que reafirmaran una identidad nacional con la cual se buscaba unificar a toda la población. Esta tarea estuvo en manos de científicos y eruditos que eran parte de instituciones de Gobierno, academias o universidades.
Este tipo de gestión fue parte de la negación de la diversidad cultural de los países, al promoverse un concepto de nación y cultura unificada. Para autores como Vázquez (2018), esto debe considerarse como prácticas colonialistas, puesto que generan sectores y narrativas silenciados e invisibilizadas; o en su defecto, degradadas al considerarlas como exóticas o folclóricas por su procedencia social, étnica o identitaria.
García Canclini (1999) advirtió que quienes decidían cuáles bienes culturales eran patrimonio se encontraban en una situación dominante; ya sea por su clase social o por el dominio del conocimiento. Por esta razón, los objetos, lugares o saberes declarados patrimonio nacional son elementos cuya información y disfrute está reservada a clases privilegiadas.
Estas críticas llevan a que el autor propusiera primeramente una visión llamada participacionista, que concibe que el patrimonio y su conservación debe responder a las necesidades globales de la sociedad, desde la diversidad de sus hábitos y opiniones. Con ello se abrió una discusión para limitar aquellas relaciones de poder presentes en la gestión y producción cultural, pero que también debe llevar a las instituciones culturales tradicionales a repensar la forma y nivel de amplitud como se propone la participación de las personas en estos procesos.
Necesidades actuales y movimientos de gestión participativa
Al llegar a este punto, el reto resulta en cómo implementar procesos y metodologías que permitan de forma participativa desarrollar aprendizajes para una gestión cultural con democracia, autodeterminación y que superen una visión colonialista en la conservación e interpretación del patrimonio cultural.
Planteamientos en esa línea han sido propuestos por la Red de Museos Comunitarios de América.
El museo comunitario es un espacio de democratización permanente a través de nuestras instancias propias de decisión, donde se generan momentos de información, reflexión, discusión abierta y transparente con el fin de avanzar en la construcción de una conciencia colectiva en razón de la defensa de nuestros intereses como pueblos, actuando en el marco de procesos incluyentes, que generan confianza y respeto por las diferencias, en pro de nuestro derecho a ser, estar y existir en nuestros territorios. (Red de Museos Comunitarios de América, 2019)
La Red tiene presencia en países como Colombia, Costa Rica, El Salvador México y Nicaragua. En su experiencia, los comités y miembros de la comunidad asumen una metodología basada en procesos como aprender haciendo y siendo, el desarrollo museístico de investigaciones históricas, montajes de exhibiciones y proyectos educativos; todos ellos, a partir de la memoria comunitaria. En estos procesos se toma en cuenta el diálogo con las instituciones y las personas especialistas, pero con la solicitud del acompañamiento como facilitadores y asesores o en espacios de capacitación; tal como sucede con el Programa de Museos Regionales y Comunitarios en Costa Rica. De esta forma, el concepto de museo abandona su sentido de contemplación del patrimonio cultural, en manos de especialistas y desarrollo académicos para estar al servicio de la identidad y el desarrollo comunitario.
La comprensión del patrimonio cultural, su gestión y la participación comunitaria viven un momento cuando las instituciones culturales requieren abrirse a más metodologías pedagógicas para la participación, así como a superar resabios de prácticas coloniales y entender las realidades comunitarias, no como realidades fragmentadas sino como una interacción de acciones, saberes y propósitos comunes.
En el caso de Costa Rica, los museos comunitarios de Boruca y Rey Curré, así como el Ecomuseo de la Cerámica de San Vicente de Nicoya han llevado a cabo acciones desde las perspectivas anteriormente expuestas. En Boruca han realizado investigación en historia oral y museografía participativa. En San Vicente de Nicoya existen experiencias de talleres educativos dirigidos a la niñez de la comunidad y en Rey Curré cuentan con talleres para la reflexión y protagonismo de los jóvenes.