LA MUERTE EN LAS SOCIEDADES PREHISPÁNICAS DE COSTA RICA
La muerte es un hecho universal, “todo lo que está sujeto a la ley del tiempo está condenado a morir y desaparecer” (Thomas, 1991: 9). Sin embargo, a pesar de que la muerte es obligatoria e inevitable, los seres humanos hemos ideado maneras con las cuales podemos perdurar en el imaginario de nuestra comunidad.
Los difuntos, nuestros antepasados, son un recordatorio de hacia dónde vamos, pero más importante, sobre quienes somos. En diferentes culturas del mundo se han establecido maneras particulares de afrontar la muerte, las cuales se rigen por rituales funerarios guiados por el sistema de creencias de cada grupo. No obstante, dada la naturaleza humana, su puesta en práctica puede variar, incluso entre personas que profesan una misma religión. A algunos se les inhuma, otros se creman, se momifican, se descarnan, se exhiben o se ocultan. La muerte es real y palpable, pero su asimilación siempre será significativa.
La certidumbre de la muerte hace que busquemos afrontar la incertidumbre de nuestro destino.
LA MUERTE A TRAVÉS DEL TIEMPO
En el territorio costarricense se tiene constancia de grupos humanos que se movilizaron y asentaron desde hace aproximadamente 12 000 años. Estos primeros pobladores se regían por creencias sobre la vida y la muerte que materializaron a partir de diversas actividades rituales. Naturalmente podemos deducir que estas incluyeron tratamientos para honrar a sus muertos, los cuales no ha sido posible identificar pues no se conservaron indicios hasta el presente.
EL CEMENTERIO COMO DESTINO DE LOS MUERTOS
Los cementerios son sitios de memoria, el lugar donde descansan los ancestros y se les da culto. Estos espacios son el resultado de la acumulación de inhumaciones a través del tiempo, los cuales albergan no solo los restos mortales de los miembros de una comunidad, sino también tradiciones, religiones, tabúes y simbolismos.
A lo largo de la historia se destinaron diferentes lugares para inhumar a los difuntos, ya sea en cementerios separados de los asentamientos, espacios domésticos, dentro de viviendas o emplazamientos públicos. Algunas veces se sepultaban a todos los miembros de una comunidad en un solo lugar, otras en sectores segregados por edad o posición social.
En las regiones arqueológicas se pueden observar diferencias en cuanto a la conformación de los cementerios a través del tiempo. Por ejemplo, los construidos entre los años 500 a. C. y 300 d.C. se caracterizaban por encontrarse separados de los asentamientos; las sepulturas eran fosas cavadas en el suelo, muchas veces sin marcadores en la superficie.
Cementerio Loma Corral-3, Guanacaste
En el noroeste del país, algunos cementerios se localizaban sobre lomas o colinas y en las orillas de las costas. Ahí se enterraron a los individuos en fosas sencillas sin elementos distintivos en la superficie, salvo en casos en los que se realizaron pequeñas acumulaciones de piedra sobre las tumbas (Guerrero, 2006; Snarskis y Carvajal, 2007).
Cementerio Liceo, Limón
Entre el 300 y 800 d.C. los cementerios se fueron conformando mediante la sucesión de sepulturas más demarcadas. En la región central se cavaron fosas sin marcadores específicos, así como también estructuras con piedras de río de formas circulares o rectangulares que contenían varios entierros (Corrales y Vargas, 2018; Gutiérrez y Sánchez, 2006; Chávez, 2016).
Monumento Carlos Aguilar Piedra, Cartago
En los cementerios posteriores al 800 d.C. hasta el período de Contacto, los entierros consistían en fosas profundas sin marcadores superficiales; también se inhumaba dentro de montículos (túmulos de tierra), ya sea funerarios o habitacionales. En la región central del país tuvieron apogeo las “tumbas de cajón” elaboradas con rocas de laja o cantos de río que se colocaban en las paredes, piso y formando tapas, su forma era rectangular y algunas eran acordes al tamaño del difunto (Vázquez, 1982).
Estructura funeraria, Finca-6, Puntarenas.
En el sureste del país, los cementerios tardíos se caracterizaron por estar en montículos de forma redonda, ovalada o rectangular. Se ubicaban sobre colinas cerca de fuentes de agua como ríos, lagunas y costas, además de espacios habitacionales (Haberland, 1976, Corrales, 1989). Las sepulturas eran de forma rectangular u ovalada cavadas en la tierra, algunas veces con tapas o forradas con cantos rodados. En otras ocasiones se ha podido observar pilares o piedras colocadas verticalmente como marcadores de las tumbas (Corrales, 2000).
TRATAMIENTO DEL CUERPO
Cuando una persona moría era objeto de una serie de tratamientos póstumos que incluían rituales diversos, la aplicación de sustancias, colocación de adornos y ofrendas, uso de mortajas o fardos. El procedimiento final podía involucrar diversos métodos: la inhumación poco tiempo después de la muerte, la cremación y el entierro secundario.
Uno de los aspectos más importantes al estudiar las prácticas funerarias es determinar la intencionalidad de las actividades realizadas. La preservación de restos humanos es fundamental para los análisis, ya que los cuerpos de los difuntos son los actores principales hacia quienes se dirigen los rituales.
INHUMACIÓN O ENTIERROS PRIMARIOS
La inhumación era la forma de tratamiento más común en los diferentes períodos. Esta consistía en depositar el cuerpo del difunto en una sepultura, ya sea directamente sobre el suelo o en un cajón de piedra. El cadáver podía colocarse de manera extendida, flexionada o sedente (sentado).
Estos entierros podían ser individuales, es decir un cadáver por sepultura, o múltiple (restos de varias personas ubicados en una misma tumba).
Frecuentemente, los entierros múltiples eran resultado de la reutilización del espacio, lo que implicaba el acomodo de los restos óseos de los individuos anteriores en un sector de la fosa para colocar un nuevo cuerpo. En estos casos, las personas podían tener vínculos de parentesco o de índole social.
ENTIERROS SECUNDARIOS
Los entierros secundarios se realizaban una vez que el cadáver pasaba por el proceso de descomposición en un lugar diferente al del entierro final, ya sea al aire libre o en tumbas temporales. Una vez en estado esquelético, los huesos se organizaban en una aglomeración o paquete y se realizaba el entierro final en el cementerio.
La realización de esta práctica pudo involucrar diferentes ritos en torno a la muerte, tanto en el momento de preparación del cuerpo, como su traslado al lugar temporal en el cual se realizaría la descomposición hasta la inhumación final.
CREMACIÓN
La evidencia de cremación se halla exclusivamente en el noroeste del país, lo que hoy es la provincia de Guanacaste entre el 500 a.C. al 1550 d.C.
La cremación implicó la exposición del cuerpo a la acción del fuego en una pira funeraria al aire libre. El objetivo era que el fuego consumiera completamente el cadáver. Los huesos resultantes se recolectaban y depositaban en una urna funeraria o tumba. El tiempo transcurrido para la realización de la cremación pudo haber sido empleado para la realización de rituales en torno a la muerte.
OFRENDAS FUNERARIAS
Las ofrendas funerarias eran objetos, alimentos, sustancias u otros, que se depositaban junto al difunto. Las actividades realizadas durante los actos fúnebres podían incorporar festines, la fragmentación simbólica de artefactos de cerámica o piedra, el depósito y consumo de alimentos, así como el atavío del cuerpo con objetos que adquirían un simbolismo particular.
En las costas del golfo de Nicoya se ha documentado el uso de plantas aromáticas como el copal, que se quemaban durante los rituales. La existencia de artefactos destinados a estos fines, como sahumerios e incensarios, pudieron jugar un papel importante en los diferentes rituales.
ESPACIOS DE MEMORIA
Los antiguos habitantes de Costa Rica desarrollaron mecanismos para hacerle frente a la muerte mediante variadas y complejas manifestaciones culturales, siempre llenas de simbolismos.
Los cementerios se constituyeron como espacios de memoria en los cuales se plasmaron ideas de perdurabilidad, culto a los ancestros, herencia e identidad. La muerte de una persona involucraba la realización de una serie de actividades desde el momento de su deceso, hasta su inhumación final. Sus prácticas estaban cargadas de simbolismo, además de que reflejaban ideas y tradición.
La muerte, ante todo, es un recordatorio de que estamos vivos, que detrás de nosotros están quienes nos conformaron como personas y como practicantes de una cultura. Los derechos adquiridos en vida al formar parte de una comunidad son los que permiten que a los difuntos se les practique rituales funerarios que asegurarán su partida del mundo de los vivos. Así, al celebrar la muerte, celebramos la vida.